“Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solicitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3).
Lectura bíblica: Efesios 4:7-16
Propósito
Aprender a guardar la unidad del Espíritu con amor, paciencia, humildad y mansedumbre, llevando las cargas los unos de los otros.
Introducción
En esta lección analizaremos los pasos necesarios para mantener la unidad del Espíritu en nuestras vidas y en comunión con el cuerpo de Cristo, su Iglesia. El apóstol Pablo, en la carta a los Efesios, nos muestra cómo, a pesar de tener autoridad, se presenta humildemente como preso en el Señor. En lugar de imponer su voluntad, hace un ruego: un llamado a andar dignamente según la vocación a la cual hemos sido llamados.
Pablo nos enseña que, como creyentes, debemos andar de manera digna. Este llamado no es opcional, y hasta el creyente más nuevo sabe que debe vivir de acuerdo con su identidad como hijo de Dios. El término "vocación" en el contexto bíblico se refiere al "llamamiento". Dios nos llama no solo para salvación, sino también para formar parte de su Cuerpo, la Iglesia. Este llamamiento tiene un propósito: testificar dignamente de Cristo. Para lograrlo, es esencial vivir con humildad y mansedumbre.
Humildad y mansedumbre
Un creyente que carece de humildad, y que busca imponer sus ideas, corre el riesgo de ser "sabio en su propia opinión". Esto lo lleva a querer ocupar el lugar que solo corresponde a Cristo, la cabeza de la Iglesia. La mansedumbre, por otro lado, es parte del carácter de Cristo en nosotros. Él mismo dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Cuando falta mansedumbre, las relaciones entre los hermanos pueden deteriorarse, y se genera temor a la corrección.
Soportándonos en amor
Debido a nuestros variados temperamentos, es fundamental cumplir con lo que Pablo indica: "soportándoos los unos a los otros en amor". Esto significa tener la capacidad de sobrellevar los defectos y dificultades de los demás. La Escritura nos dice "los unos a los otros", lo que indica reciprocidad. Así como soportamos a otros, también somos soportados. El amor es la clave para lograr esto.
Aunque pueda parecer innecesario insistir en que los hijos de Dios deben amarse, la realidad es que muchas veces lo que falta en nuestras relaciones es precisamente amor. Un amor que, según la enseñanza de Dios, no busca lo propio, sino que se goza en la verdad y actúa con justicia. Es por medio de este amor que podemos cumplir el mandamiento de "guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".
Guardando la unidad del Espíritu
La unidad a la que Pablo se refiere no es simplemente una unidad entre espíritus humanos, sino una unidad creada por el Espíritu Santo. El Espíritu nos bautizó a todos en un solo cuerpo: la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Cada creyente es un miembro de ese cuerpo, y como tal, debe vivir consciente de que su vida afecta a los demás. Esta unidad no se mantiene con esfuerzo humano o acuerdos doctrinales, sino mediante la sumisión al Espíritu Santo.
Si todos somos guiados por el mismo Espíritu, será sencillo llegar a un acuerdo. Cuando dos personas no logran ponerse de acuerdo en lo espiritual, es probable que una, o ambas, no estén siendo guiadas por el Espíritu Santo. Esto ha causado la ruptura de muchas congregaciones, donde, en lugar de guardar la unidad del Espíritu, se ha permitido la división por la imposición de pensamientos individuales.
La unidad y la paz
Es importante distinguir entre "guardar la unidad del Espíritu" y simplemente "guardar la paz". A veces, por miedo a crear conflicto, evitamos tratar problemas en la congregación. Esto puede parecer prudente, pero en realidad, estamos comprometiendo la unidad del Espíritu. En lugar de enfrentar el problema, lo cubrimos con una falsa paz, lo que a largo plazo genera más daño. El profeta Jeremías advierte contra este tipo de "paz", señalando que es un peligro construir sobre fundamentos inestables, como el lodo suelto.
Si verdaderamente queremos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, debemos estar dispuestos a corregir con amor y mansedumbre, sin temor al conflicto, pero confiando en que el Espíritu de Dios nos guiará a una unidad verdadera y duradera.
Conclusión
Dios, a través del apóstol Pablo, nos exhorta a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Si hasta ahora no habíamos entendido este mandamiento, el consejo es claro: humillémonos delante de Dios, sometiéndonos unos a otros en el amor de Cristo. Así como Él nos amó, debemos amarnos mutuamente. Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, reine en nuestros corazones.
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